jueves, 22 de junio de 2017

La estrategia de China para ponerse a la cabeza del capitalismo mundial


En el sur de China, una isla fue convertida en un megacentro de alta educación que alberga 10 universidades en las que estudian 120.000 alumnos. Fue construida en un año y medio y cuenta con una línea directa de metro con la ciudad de Cantón (Guangzhou). Fue dotada con la más avanzada tecnología de la información, con laboratorios de última generación, con espléndidas bibliotecas y con un estadio olímpico para practicar deporte. Además, da cabida a 50 centros de investigación dedicados a áreas punteras del “management”, las tecnologías de la información, la medicina o la ingeniería. Y no es más que uno de los ejemplos, señalaba en 2011 Phillip Brown, profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Cardiff, y coautor, junto con Hugh Lauder y David Ashton, de “The Global Auction” (Oxford), de cómo China invirtió gran parte de su superávit en formar profesionales muy cualificados.
No era un intento de ascender en los “rankings” educativos, sino la expresión de un plan para dotar a China de aquello de lo que carecía: trabajadores cualificados, mandos intermedios y directivos globales. La potencia asiática no solo está tratando, mediante planes como “One Belt, One Road” [la nueva Ruta de la Seda], de dotar de recursos que asienten a un país demasiado dependiente de la globalización, sino que en él se deja sentir un deseo de reconquista, de volver a ser quien siempre ha sido. Como asegura Lourdes S. Casanova, la española que dirige el Instituto de Mercados Emergentes de la Universidad de Cornell, “China pretende restablecer el poder comercial perdido, ese que tuvo hasta hace 200 años. Considera que estos dos siglos no son más que un paréntesis. Y ahora trata de recuperar su presencia mundial a través del ‘soft power’, como hizo EEUU antes”.
Según Casanova, basta con mirar la lista “Fortune” —en la que se incluyen las 500 mayores empresas del mundo— para encontrarnos con pruebas de su éxito. “Hace 10 años, había en el ‘ranking’ 180 empresas estadounidenses. Hoy son 130 por 103 chinas”.
Este desarrollo tiene que ver con un cambio de mentalidad sustancial: el país asiático basaba su crecimiento en la mano de obra barata y en la copia de productos de éxito. Pero, además de sacar partido de esa posición, como bien aseguraba Jack Ma, ahora están innovando. “State Grid, la segunda mayor empresa del mundo en ventas detrás de Wal Mart, ha conseguido triunfar gracias al desarrollo de un sistema en los electrodomésticos que permite paliar los problemas de transmisión de electricidad, y firmas como Tencent, Alibaba o We Chat son muy importantes en su sector por su tecnología”.
El momento es crucial, porque coincide con el paso atrás global de EEUU, y China está ocupando los espacios que ha dejado vacíos. El país asiático está invirtiendo (por orden de importancia) en Asia, Latinoamérica, Europa, EEUU y África. “Pero si miramos los datos de fusiones y adquisiciones”, señala Casanova, “Europa es la región en que más está invirtiendo, ya que aquí consigue tecnología y logística”. El Mediterráneo es una zona de especial interés para los chinos, “que adquirieron puertos griegos, ya que al entrar por el canal de Suez pueden llevar mejor sus productos a Europa del Este, y ahora los están comprando en España para tener una buena entrada hacia Europa desde el sur, lo que iría en detrimento del puerto de Róterdam. Además, China está invirtiendo muchísimo en infraestructuras”.
El plan “One Belt, One Road” prevé una inversión global de 900.000 millones de euros para reconstruir la Ruta de la Seda. Además, el país asiático está planeando otros proyectos de gran envergadura, como el tren transoceánico que iría desde Santos (Brasil) hasta el Pacífico. Ha creado el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras para evitar que el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional intervengan en sus áreas prioritarias. Pero todos estos planes se diferencian en un punto básico de la actividad estadounidense y de su Plan Marshall: “China es ahora el mayor socio comercial de 100 países, pero no hay correspondencia con muchos de ellos, ya que los chinos no compran sus productos ni reciben inversión”.
Esta recreación del imperio es posible por muchos factores, pero hay dos en los que no se suele insistir lo suficiente. El primero es el relacionado con su mano de obra: “China es un país con una diáspora tremenda y a partir de 2008, consciente de sus déficits, incentivó mucho la vuelta del talento científico, innovador y de gestión que le faltaba. En muchos casos, si miras a las empresas chinas y sus fundadores, casi siempre te encuentras con algún expatriado que ha vuelto. A la hora de regresar, la compensación económica era importante, pero también el orgullo de poder participar en el crecimiento de su país, ya que los chinos son muy nacionalistas”.
En segundo lugar, su régimen político le facilita orientar a todo un país en la misma dirección. Como señala Georgina Higueras en “El nuevo orden chino”, los dirigentes asiáticos están convencidos de que su sistema meritocrático no tiene nada que envidiar al democrático, y se ajusta más a los países en vías de desarrollo. China no pretende exportar su modelo, pero no tiene reparos en colocarse al frente de un “nuevo orden internacional más justo y razonable”, como afirmó Xi Jinping. Ese régimen centralizado le permite muchas ventajas a la hora de implantar su estrategia, de desarrollarla y de mantener cohesionados a actores públicos y privados. “En China, todos trabajan a una: la universidad, las empresas, el Estado y sus funcionarios”, asegura Casanova.
Pero las intenciones chinas, que son bien vistas desde Europa (no es extraño que, por primera vez, el discurso inaugural de Davos fuese pronunciado por el presidente chino, mientras que apenas hubo rastro de Trump y de los suyos), también pueden constituir una amenaza. El país asiático cuenta con recursos, iniciativa y cohesión. Puede presentar debilidades, pero su papel en el contexto global cada vez es más importante, justo al mismo tiempo que el de la UE se hace más pequeño. Y en esta guerra por situarse en el nuevo mapa geopolítico global que se está librando, la debilidad europea (notables diferencias internas, falta de acciones coordinadas, endeblez militar y una política económica y monetaria que beneficia principalmente a Alemania) es notable. En ese contexto, China puede ser un socio o un problema.


Tomado de:  Movimientopoliticoderesistencia.blogspot.

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